viernes, 6 de julio de 2007

BABEL. GUATAVO SANTAOLALLA



Miguel Sánchez Fructuoso escribió:
Todo lo que el cine, y el arte en realidad, puede, o debe, enseñarnos son posturas, nunca certidumbres. Pues bien, si esta frase es cierta, y debe serla porque la dijo Vila-Matas, Babel ha sido una de las películas que, honestamente, más me ha hecho cambiar de posición en mi butaca. Leía ayer un libro de Laura Restrepo sobre su experiencia como comisionada para la paz en las negociaciones con el M-19.
Hablaba de su estancia voluntaria en un campamento de la guerrilla colombiana mientras se recrudecía en torno a ella un cerco militar del ejército en las montañas vecinas a la ciudad de Cali. Sin embargo, y a pesar del fuego del mortero y de la balacera de las trincheras, el campamento del M-19 estaba sorprendentemente tranquilo. Es como estar en el ojo del huracán, contaba Laura Restrepo en su emocionante libro
Esa es la sensación que me acompañó durante la visión de la película de Babel. Uno tiene, casi desde el principio, la sensación de estar en esa calma ficticia que ofrece un ojo de huracán. En cualquier momento, los vientos se arrastrarán apenas unos metros y todo saltará por los aires.
Es esa inminencia perseverante y permanente de lo trágico, de lo casi trágico, de lo que será trágicamente inevitable, lo que nos mantiene inquietos y alterados en nuestra incómoda butaca, constantemente espeluznados, no tanto por lo real, sino por nuestra propia e interior intuición del devenir trágico de lo real.
Al terminar la película, uno se encuentra exhausto y, no de acontecimientos (en el fondo las historias son sencillas, casi mínimas), sino de expectativas trágicas. Apenas hay violencia gore (que yo recuerde ahora mismo apenas hay un muerto y, ni aún siquiera esto queda subrayado) pero la catástrofe planea,- como un bombardero atroz que nos sobrevuela-, en cada una de las escenas, poniendo al descubierto la crispación de la realidad violenta en que habitamos.
González Iñárritu y su coguionista habitual, Guillermo Arriaga, terminan con Babel la trilogía que componen con Amores Perros y 21 gramos. Ellos conocen bien, así nos lo han contado, el origen de lo violento. La violencia nos conmueve y nos agita, no por su espectáculo (algo que olvidan las grandes majors), sino por su cercanía con lo humano.
Ahora recuerdo esa escena en la que nuestro vecino, nuestro inmediato y seductor Gael García Bernal descabeza un pollo ante un corro de festivos muchachos. O aquel otro Tommy Lee Jones, en otro de los guiones de Arriaga, Los tres entierros de Melquíades Estrada, acarreando el cadáver putrefacto de su amigo en una mula. La violencia nos conmueve cuando, y porque, es profundamente humana.
No son necesarios los criminales en esta película, ni las grandes mafias, ni los terrorismos, ni los ejércitos robotizados. Los crímenes se cometen, la sangre se derrama, pero la violencia dimana del hombre, del niño, de nuestro más allegado. La violencia siempre se engendra, para Iñátirru/Arriaga, por un error humano. En Babel, eso esta exquisitamente tratado en ese casi bíblico conflicto entre dos hermanos. Caín que causa la muerte de su hermano Abel.
Una vez violentados, una vez cometido el error (o el pecado) de la violencia, el azar, por ese efecto mariposa (otro de los temas afectos de este tándem de ,como no podía ser de otro modo, mexicanos) desata la fatalidad. Y una competición de puntería entre rebaños de ovejas en el Atlas puede acabar con dos niños indefensos perdidos en el desierto del Sur de California.
El otro día leí en algún sitio que Rossellini decía que los temas no han cambiado esencialmente a lo largo de miles de años, y creo que las películas de estos dos amigos, que al parecer han decidido tomar caminos separados, han sabido bien reflejarlo.
Aún así, la película está imbuida de una contemporaneidad rabiosa: toda la novela japonesa está tocada de una gracia casi de orfebre, la ebriedad de la boda en Tijuana, el microcosmos occidental de los pasajeros del autobús, el paroxismo de los media…
El estilo de rodaje es apabullante. La cámara apenas nos ofrece ningún momento de descanso o de consuelo. Desde esas primeras imágenes del desierto en las que lo visual/ lo bello tiene un mínimo espacio, Iñárritu nos secuestra la mirada. La enérgica celeridad de los movimientos de cámara, el continuo cambio de escenarios, de rostros y de lenguas nos fuerzan a ir constantemente acelerados, sin aliento, descamisados e inquietos, sin tiempo de lanzar más que un vistazo.
No es la mirada la que se apodera de las imágenes, sino las imágenes las que se apoderan por completo de nuestra mirada. Inundan nuestra conciencia, le ponen a nuestros ojos desnudos un disfraz, o mejor dicho, un uniforme, ojalá que de guerrillero, dispuesto a intervenir emocionalmente, a interceder, a tomar parte.
No sé si lo que nos hace felices a mí, a un pastor marroquí o a una adolescente japonesa es muy diferente. Pero, después de ver Babel a uno le queda la sensación de que es el dolor, y no el amor, lo que nos hace igual a todos.
Gran película. Y qué incómoda butaca.

Sentadito en la Escalera añade:
La policía nos hace igual a todos en todas partes.

BABEL
Estados Unidos, 2006
U.S. Release Date: 10/27/06
Cast: Brad Pitt, Cate Blanchett, Adriana Barraza, Gael García Bernal, Rinko Kikuchi, Kôji Yakusho

Director: Alejandro González Iñárritu

Guión: Guillermo Arriaga

Montaje: Rodrigo Prieto

Música: Gustavo Santaolalla
En Inglés, francés, español, japonés, berebere y árabe con subtítulos

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