viernes, 30 de noviembre de 2007

arrebato tanguero. Marcelo Mercadante


Desde sus lejanas décadas doradas, por el lado de la autoría, -músicos y letristas trabajando juntos-, poco se ha renovado el tango. Marcelo Mercadante, gran bandoneonista porteño afincado en nuestro país, recupera esa maquinaria artística junto con el poeta y periodista Pablo Marchetti. Los doce tangos que integran este “Suburbios del alma” miran hacia el presente con ese aliento viejo del sentir.

El disco cuenta con las excelentes ilustraciones del prestigioso dibujante Alejandro del Prado “Calé” (Rosario, 1925-Buenos Aires,1963). Un brillante elenco de instrumentistas arropa esta producción, en la que cabe destacar al eminente teclista Hugo Fattoruso. Entre los vocalistas, dos personalidades españolas que rompen moldes: el cantaor flamenco Miguel Poveda –reciente Premio Nacional de Música 2007- y la tonadillera Martirio –quien debería haber recibido ya similar galardón-. Poveda y Martirio saben mucho de los suburbios del alma, el tango lo llevan ahí. Tres cantantes argentinos con distintas huellas estilísticas completan el plantel: la tanguera de nueva generación Lidia Borda, el curtido folklorista y roquero Omar Mollo y el cantautor Alejandro del Prado, hijo del antes mencionado Calé. Tangos con la mordedura del futuro.

Datos
Marcelo Mercadante (Buenos Aires, 1969) se inicia en armonía y orquestación con Rodolfo Mederos. Cuatro maestros le meten en los secretos del bandoneón: Daniel Binelli, Julio Pane, Néstor Marconi y Juan José Mosalini. Marcelo formó parte de la Orquesta de Tango de la Escuela de Música Popular de Avellaneda y del Octeto La Sombra. En 1992, se establece en Barcelona, trabajando con numerosas figuras españolas.

MARCELO MERCADANTE
“Suburbios del alma”
(Nuba Records/Karonte)

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jueves, 29 de noviembre de 2007

“Imágenes prohibidas”, censura siniestra y enferma



“La caza del conejo, ¿pero ustedes saben lo qué eso quiere decir?”, les dijo la censura a Elias Querejeta y Carlos Saura. Productor y director dejaron el título de su película solamente en “La caza”. Querejeta confesó que ahí el siniestro trabajo de los censores había conseguido mejorar la idea inicial. Fue uno de los muchos testimonios que aportó el excelente, documento “Imágenes prohibidas”, dirigido por Vicente Romero, una producción de TVE que miró hacia la repugnante censura con concienzudo rigor y educada mala leche.

Aseguraron fuentes bien informadas por haberla ejercido o padecido que la censura oficial, con el brazo tenebroso del nacional-catolicismo de la Iglesia, gozaba con el intrusismo de una rama familiar y caprichosa: las mujeres de los ministros franquistas. El esperpento llegó a todo tipo de extremos. Hubo alguno tolerante y feliz: un cura dejó pasar el lascivo contoneo de Marilyn Monroe en “Niágara”, porque creyó que esa forma pecadora de mover el culo era producto de una cojera de la actriz.

No tuvo la misma suerte Luis García Berlanga en el rodaje de “Los jueves, milagro”, porque los obispos pusieron al padre Garau a corregir el guión a pie de rodaje. Berlanga aseguró que había hecho gestiones legales para que se incluyera al cura en los títulos de crédito de su película.

La censura tuvo problemas con todo lo que se le puso en sus reales: los ardores guerreros podían no ser suficientes, y los ardores amorosos, excesivos. Escuchamos, no sin cierta desconfianza, que con Fraga al frente del Ministerio de Información y Turismo, con aquella “apertura” del demonio, la censura dejó de ser una cosa de enfermos sexuales. A Basilio Martín Patino le prohibieron “Canciones para después de una guerra”. Tiene narices el asunto – y Patino tuvo sobredosis de arte-, porque las canciones eran de lo más popular y las imágenes estaban sacadas del NO-DO. “Imágenes prohibidas” debería enseñarse hoy a los niños y jóvenes en las escuelas. Es una cuestión de salud mental, de educación para la ciudadanía.

Hoy, es absolutamente necesario también otro documento sobre la censura en la historia de la televisión española, desde su nacimiento en 1956 hasta donde se pueda del momento que vivimos. Veríamos y escucharíamos barbaridades de años francamente cercanos, ni remotos ni lejanos.

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miércoles, 28 de noviembre de 2007

políticos y paridas, Carmen Calvo y Durán Lleida


La obsesión en sacar por la tele a unos plastas haciendo paridas –caso de “Gran Hermano”- es una idea que da juego cero. Los políticos, en cambio, haciendo paridas –caso de “El Intermedio”- siempre dan juego. Los primeros en empuñar sus joysticks fueron Carmen Calvo y Durán Lleida. La elección de tal pareja de contrincantes para “Los Debates de El Intermedio” facilitaba el primer chiste, fácil, pero chiste. Los dos son calvos.

“Vamos a conocer el lado más salvaje de los políticos”, nos anunciaron. Tenis y boxeo para que cada uno sacara el animal que lleva dentro. Mi modesta proposición para conocer a fondo lo que se esconde dentro de un político es incluir en el menú de videojuegos el más espectacular: la lucha en el barro con camisetas mojadas. Aunque el combate sea virtual, esta especialidad permite abrir la mente a lo desconocido.

Hay que desconfiar de lo que dicen los políticos, todos. Es de sentido común atender, esencialmente, a sus actos. Lo importante es saber que estrategias van a poner en juego esos seres humanos si llegan a gobernarnos. Carmen Calvo demostró pasión, tesón, competitividad y coraje ganador. No fueron estas las virtudes que adornaron su gestión al frente de Ministerio de Cultura.

Durán Lleida, formidable forma física, concentración y sentido de la deportividad. No se enteró el catalán de que había ganado la partida de tenis. Como la cosa va de enfrentamientos físicos, Durán Lleida no pudo lucir, sin coña, su más noble arte: es el parlamentario que mejor domina el castellano. Carmen Calvo ganó boxeando, y afirmó que esta barbaridad adelgaza más que el tenis. No hubo marrullerías, zafiedades ni tongo. Hay que acabar con tanta candidez.

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martes, 27 de noviembre de 2007

el ultraísta.albert pla


En el arte de la provocación cómplice, el ultraísmo de Albert Pla es lo máximo. Formó el tiberio en la segoviana sala Cabaret. Dos canciones de estreno, a modo de coscorrón, para empezar. Una iba de un sereno para el que su enemigo es todo aquel que se cruza en su camino, un guardián vocacional que “tiene el barrio acojonao, todo el mundo está fichao”. Otra de un hombre sin corazón. Hizo Albert estas travesuras nuevas con la vieja manía: marcar la diferencia entre el ser muy bueno y el ser ruin.

El público, razonablemente alborotador, se partía el mandao con “Joaquín El Necio”, “El chatarrero”, “La sequía”, “Soyrebelde”, “Veintegenarios”, “El bar de la esquina”, “La dama de la guadaña”…

Desafiante, tierno y broncas con el delito de apología al terrorismo, Albert se desfogó en “La dejo o no la dejo”. Moraleja de este tema: si todo el mundo la palmara, todos tendríamos un montón de problemas menos. Este tipo de algarabías gustan mucho.

A “la pareja de moda en España en estos momentos”, según dijo Pla, le dedicó aquella carbonaría nana de amor: “Yo por un beso de su princesita sería capaz de mandar a la mierda mis firmes principios/ de republicano/ cambio de camisa y rindo pleitesía a la monarquía/ que viva el amor”.

Albert, inteligente, poético, revenido, molestón, íntimo, sexy, cómico, brutalizante…

Intérprete de prestisinápticas facultades expresivas, el “hombre que nos roba a las novias” entra y sale de sus personajes a placer, juega como un tahúr de sombras chinescas con su papel de narrador perplejo. Cambia con descaro de niña moña a siquiatrizado en lucha para empatizar o sacudir al respetable. Viste de esclavo rebelde a lo Espartaco. El diseño de ese camisón minifaldero es suyo: el ultraísta antaño fue currante del textil.

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viernes, 23 de noviembre de 2007

olvidos. Angel González








Tengo que comer y luego coger el tren. Voy a sacar dinero al cajero automático. No tengo la tarjeta de crédito, ¿la habré perdido? Pienso, hago memoria. Ayer comí con José Antonio en un chino: pagué y allí me la dejé, en la carpetita con la cuenta. El restaurante chino está cerca de la estación de Nuevos Ministerios; paso a recoger la tarjeta.

No me equivocaba: está.

Decido comer en el restaurante Kon-Tiki, que queda al lado de la estación. Sentado a la mesa que queda frente a mí está el poeta Angel González: come, bebe, fuma, lee el periódico. Bebe bastante vino, fuma mucho más que yo, que fumo sin parar.

Angel González, serio, aplomado, correcto, más correcto de lo predecible después de trasegar vino con generosidad, se levanta y paga. Lleva varios billetes de cincuenta euros doblados y guardados en un bolsillo del pantalón, como hacía mi padre. Recoge su periódico, El País, dejando sobre la mesa el suplemento Propiedades. Olvida que debajo hay un par de paquetes con libros.

Pienso que no soy el único que se olvida de cosas inmediatas.

Salgo de Kon-Tiki hacia la estación; a medio camino, me doy cuenta de que me he olvidado la gorra irlandesa. Vuelvo a la cafetería. Me han guardado la J.Crew, me la devuelven. Salgo acalorado, por tanta metedura de pata, porque el tiempo se me echa encima.

¡Qué manera de perder el tiempo! Necesito un secretario.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

working man´s café. Ray Davies


Quizá fueran los Kinks demasiado británicos para triunfar y mantenerse en todo el mundo con la misma fuerza y estabilidad que los Beatles o los Rolling Stones. Ray Davies fue el alma matter indiscutible de ese grupo de reyezuelos del pop británico, paradigma de la estética mod. Antes de ser nombrado Caballero de Orden del Imperio Británico, Ray era conocido indistintamente como el “padrino” o el “Dickens” del pop británico.

Un artista enormemente hábil para contar historias. Una aventura bastante real es la de su nueva canción “Morphine Song”, inspirada mientras se curaba del balazo recibido en una pierna tras ser asaltado por un ladrón en el barrio francés de Nueva Orleáns. No en vano el título que él se concede a sí mismo es “macarra de Muswell Hill”.

Si su debut como sexagenaria estrella en solitario se grababa en esa querida Nueva Orleáns, para este segundo álbum en menos de dos años la ciudad elegida ha sido Nashville. Reflexiones acerca de la globalización en “Vietnam Cowboys” y nostálgia en “Imaginary Man”. Voz cargada de estilo, absolutamente patrimonial. Sonido guitarrero. Meláncolico y flemático, Ray Davies oficia de gurú de café bar.

Datos
Nace en Londres, en 1944. Como otros grandes músicos británicos de su generación, Ray saltó de una escuela de arte al rock. Cerebro y alma de los Kinks, Ray ganó en 2005 su plaza en el Rock and Roll Hall Of Fame. Showman y hombre de televisión. Casado en los años 80 con Chrissie Hynde, la dama de Pretenders. Últimamente persiste en su enamoramiento con el Mardi Grass de Nueva Orleáns. No se le curan las ganas de tocarle las narices a su hermano Dave.

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lunes, 19 de noviembre de 2007

“Quieren borrar la memoria de lo que pasó en Oaxaca”. Lila Downs



Junto con las canciones del álbum “La cantina (Entre copa y copa)”, Lila Downs (Oaxaca, México, 1968) viene presentando el nuevo material en que trabaja. En su concierto madrileño del próximo lunes 19 intervendrán como invitados Bunbury, Martirio y Gala Évora. Cantante, compositora y antropóloga, Lila ha creado un mundo propio con una mirada penetrante hacia la tradición, el indigenismo, la frontera y el folk y el blues norteamericano.

“El nuevo disco –explica Lila- se llamará “Calaveras”. En Oaxaca hemos vivido un rollo bastante fuerte de problemas. Empezó con problemas de los maestros y terminó con cosas de la jerarquía, cuestiones sociales y culturales. Ahora es una tragedia muy triste que quieran borrar de la memoria que pasó algo muy grave”.
Lila cuenta que su tierra se debate entre el orgullo y la corrupción: “Soy una oaxaqueña más, y opino que la elección del gobernador fue un fraude. La rebelión empezó con unas obras de remodelación de la ciudad en las que tiraron dos árboles simbólicos, dos laureles centenarios. Hubo muertes, pero se han hecho desaparecer las actas de la administración, los registros legales. Los problemas no se solucionan. Hay un teatro y por otra parte está la realidad. Mis nuevas canciones tratan de esto y de la emigración”.

Es importante para Lila mostrar los dos lados de la frontera. “Entre Estados Unidos y México –comenta- ha habido un cambio de actitudes. La gente está más dividida. Hay mayor hostilidad con la emigración. Es muy importante dar a conocer todas las idiosincrasias, las diversidades que hay en Latinoamérica. El día sin emigrantes resultó un poco desastroso, porque luego no ha habido una política de apoyo a los emigrantes. Las deportaciones han aumentado”.

Lila, con humor, se confiesa “muy rollera”. Sonríe libre, canta y se emociona al recordar a sus padres. “Nuestra tragedia está en tener vida y, a veces, no estar orgullosos de tenerla. Hay que tomar el pulque y el tequila. Esto lo percibió José Alfredo, que cantaba que la vida no vale nada. Los jóvenes, aunque los chavos cocinen y limpien la casa, y las mujeres vivan la sexualidad y la libertad de otra manera, están muy aguerridos con la canción tradicional mexicana. Yo también tomo mis tequilas. Soy hija de un norteamericano izquierdista y alcohólico, y de una madre mexicana, que canta y también bebe”.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Compay Segundo. Centenario



“Compay Segundo. Cien años”, un cofre que celebra el centenario del sublime sonero cubano. En Cuba se realizarán festejos oficiales, se inaugurará un monumento funerario que llevará escritas las palabras de Compay: “Sonríele a la vida, en las buenas y en las malas”. De España afirmó que era su segunda patria porque sus primeros juguetes se los regalaron los gallegos que trabajaban en la misma mina que su padre, el sargento Panchín. Cordial, sagaz, simpático, caballeroso, pícaro… El creador de “Chan Chan” vivió varias vidas. La más conocida es la de músico. Se regía por un principio: “Que el hombre sea amigo del hombre”.

Francisco Repilado fue compositor, cantante, guitarrista, clarinetista y bongosero. Inventó el armónico, instrumento híbrido de la guitarra española y el tres cubano. Con una jovialidad envidiable al coronar la ancianidad, Compay vendió millones de discos en el cambio de siglo. Fue en 1997 cuando el gran Ry Cooder decidió afrontar el proyecto “Buena vista Social Club”, que Compay Segundo volvió a “estar en fama”. Esta expresión le gustaba especialmente al autor de “Yo vengo aquí”, pieza que compuso siendo un muchacho de 15 años.

Focalizada en torno a la venerable figura de Compay, el disco y la gira mundial de “Buena Vista Social Club”, recogida cinematográficamente por Win Wenders, se reunió la flor y nata de la música tradicional cubana: Omara Portuondo, Pio Leyva, Ibrahim Ferrer, Puntillita, Cachaíto, Manuel “Guajiro” Mirabal y Barbarito Torres. El son cubano volvía a conquistar el planeta, giraba en la misma galaxia escénica que el jazz y el rock.

Pocos años antes, Ry Cooder estaba alumbrando esta idea. Me lo contó en el Hotel Nacional de La Habana. Estaba grabando por esas fechas con los Chieftains, en los estudios EGREM, y añoraba su juventud, en los primeros años 60, cuando llegó a Cuba por otros motivos y descubrió el son gracias a Ñico Saquito. En esos mismos días, Compày rme abría las puertas de su casa, sita en Calle Salud –título de su notable disco de 1999-, en Centro Habana. Por la noche, ese barrio, en el corazón habanero, estaba en la más absoluta oscuridad, cosa de los persistentes periodos especiales. Pero de día, como si estuviéramos viviendo dentro de una película, Compay paseaba saludando a sus vecinos con una mano puesta en el ala de su sombreo y sosteniendo con la otra mano su cigarro puro. Todos le conocían y querían.

En la mesita de noche de Compay, junto al vaso de agua, había un papelito con versos y algunas notas musicales escritas. Ese papelito lo llevaba el sonero de día en el bolsillo de su guayabera. Había aprendido a escribir música de joven en su provincia, siendo clarinetista de la Banda Municipal de Santiago. Francisco Repilado me dijo entonces: “Yo creo que no me voy a morir nunca”. Y reveló el secreto de su longevidad: “Comer carnero, beber ron con moderación y fumar un cigarro habano diario. Tengo 86 años y con novia; vive en esta misma calle, dos cuadras más abajo”.

Habiendo sido guiado en el oriente cubano por el mítico trovero Sindo Garay y hermanándose en La Habana con el legendario Ñico Saquito, Compay se hizo un nombre en la capital en los años 30. Doces años estuvo en el grupo de Miguel Matamoros, tocando el clarinete; allí coincidió con el inmortal Beny Moré. En los años 40 y 50, con Lorenzo Hierrezuelo, formó el dúo Los Compadres. Fue la primera vez que estuvo en fama. Participó en algunas películas, a caballo entre Cuba y México. En los años 60, con el paradójico olvido de la música tradicional cubana por parte de la Revolución, Compay dejó la música y se ganó la vida como tabaquero. Dicen que vivió en China. Elíades Ochoa le rescato en los años 90. Y antes de la aventura de “Buena Vista Socval Club”, hay que ser justos, quien redescubrió a Compay Segundo fue Santiago Auserón, que le grabó y produjo el formidable doble disco “Antología”, en 1995.

En 2001, Compay lanza el álbum “Duets”, donde se reune con un puñado de estrellas de diversos ámbitos de la música internacional: Charles Aznavour, Khaled, Cesaria Evora, Pabo Milanés, Silvio Rodríguez, Martirio, Raimundo Amador, Féliz Valoy, Omara Portando, Eliades Ochoa, Lou Vega y Santiago Auserón. También estaba Antonio Banderas. Los última década de gloria en la vida de Compay Segundo está recogida en los tres discos del cofre “Cien años”, a los que acompaña un magnífico DVD con videos, entrañables reportajes y las grabación en vivo de un concierto en el teatro L´Olympia”, de Paris, celebrado en 1998.

Datos
Francisco Repilado Muñoz nació en Siboney, el 18 de noviembre de 1907; murió en La Habana, el 13 de julio de 2003. España le descubrió en los primeros años 90, cuando llegó a Sevilla para participar en “Los encuentros entre el flamenco y el son cubano”. Allí compartió escenario con el también veterano cantaor flamenco Chano Lobato. Un referente de ambas vidas fue el tema “La negra Tomasa”. Antes de ser clutado por Ry Cooder para la mundial aventura “Buena Vista Social Club”, nuestro Santiago Auserón fue el auténtico descubridor del oro de Compay, grabándole la imprescindible obra “Antología” (1995).

Puclicado en Público

La llamada de Ornette


Acudir a la llamada de Ornette Coleman ha sido la experiencia más iluminada del XXIV Festival de Jazz de Madrid. Era una cita con el riesgo, con un creador obstinado en portar la antorcha del jazz innovador. El público respondió llenando la sala, aplaudiendo encantado. Desde mi punto de vista, ésta ha sido la vez que más me he disfrutado a Ornette. Y no es fácil. Todo está fiado a la intensidad: desde esos acelerados brotes sicóticos que duran un par de pestañeos hasta las dolientes hemorragias free. Una formación de lo más a contrapelo de todo: los contrabajos de palo de Tony Falanga y Charnett Moffett, el bajo-guitarra eléctrico de Al McDowell y esa batería a la que ya nos hemos acostumbrado, con su persistente extraño fragor, del hijo Denardo Coleman.

Temas del último disco “Sound Grammar” y revisiones adaptadas al nuevo formato de álbum “Prime Time” y aquella maravilla del paroxismo “Song X”, que grabara con Pat Metheny. Funky fururista en “Turn around”. Excelsa la mirada hacia el barroco en “Bach prelude”. La fibra de Texas le sale al saxo de plástico de Ornette cuando se mete en blues: escenas de thriller con un buen asesinato en los momentos inaugurales. ¡Ah!, y las baladas. Ese Ornertte tierno de “Those That Know Before I Happens” y “Lonely Woman”. Siempre hay dolor, “Taking The Cure”. Y bálsamo inteligente para los sentidos, “Dancing In Your head”.

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domingo, 11 de noviembre de 2007

arte salvaje. Juan Moneo "El Torta"



Raro es el flamenco para que alabemos a un artista por ser salvaje. Hay muchos tópicos sobre la tragedia y el dolor, tantos como que el flamenco puede ser una música caída del cielo, tan moderna que ya no importa si huele o no a ser humano. La existencia de Juan Moneo “ElTorta” demuestra que hay un flamenco sobrehumano, un flamenco forzosamente nacido y criado en el barrio de La Plazuela, en esa cuna de un arte sin igual que hay en Jerez de la Frontera.

Es un flamenco que se expresa al mismo tiempo que la propia vida. “El Torta” canta como vive, como ha vivido, con un amor suicida por la vida. Más que cantar, el verbo que le gusta es transmitir. Lleva sus facultades al límite, hacia el abismo de un insoportable sufrimiento. “A muchos, si sacan la voz así, se les parte la aorta”, dice. No exagera lo más mínimo.

“Momentos”, disco y DVD, muestran una verdad en crudo. Alfredo Grimaldos escribe las notas, y en ellas recoge las palabras de “ElTorta”, capturadas de rato en rato, noche a noche, entre cante y charla, surgidas al calor del fuego que las envuelve. El cantaor hace su más fiel retrato: “Estoy curtido y más consciente de lo que hago. Y con menos voz se canta mejor”.

Casi quince años llevaba Juan Moneo sin grabar. Casi quince años de cantar, de buscarse la vida y luchar con sus demonios. Una dura pelea con la heroína. Ahora, superado ese espanto, puede cantar por bulerías, la voz desnuda, sin guitarra, al compás fraterno de palmas y percusiones: “Estoy endrogao/ Estoy enganchao/ Y al verme suelen decir/ No saben que me ha dejao/ Y que me quiero morir/ Siempre estoy tirado en la calle/ En los bares en las esquinas/ Cambio la vida por la muerte/ Por la maldita heroína”. Su forma de cantar es una forma de llorar. “Estoy dispuesto a nacer en el cante”, sentencia. El DVD y los doce cantes de este CD son el testimonio de ese renacimiento.

El disco comienza con unos tangos que cantan el desespero de estar solo. Sigue “Viaje al cielo”, unos tangos dedicados al llorado cantaor Luis de la Pica. Juan y Luis compartieron muchas noches de locura peleando por el cante verdadero. Esa fuerza que brota en la voz, ese exceso de sentimiento, es una forma de agarrarse a la vida. Un dominio llevado al límite por soleares, seguiriya, tarantos, martinete, malagueñas, tientos, tangos y bulerías. Eso que “El Torta”, con buen juicio, llama estilos, que no palos flamencos. “Los palos son los que da la Guardia Civil”, afirma.

Las letras le salen en el momento de cantar. “El Torta” no las escribe. En su memoria se que dan las que valen. En su memoria está la experiencia, lo mucho aprendido escuchando a sus grandes, grandes que son de todos: Antonio Mairena, El Borrico, Camarón, Terremoto, Agujetas… Como ellos, Juan Moneo intenta dar siempre todo lo que puede. Enfrentándose a sus miedos, “El Torta” se arriesga ciegamente. Le da miedo cantar, cuando lo único que quiere es cantar. Y de ese sin vivir nace su verdad.

Datos
Cantaor gitano. Nace en Jerez de la Frontera, Cádiz, en 1953. El primer cante lo aprendió de sus abuelos Pacote y Manuela Carpio Montoya. Su hermano Manuel Moneo también es cantaor notable. En 1972, el Concurso de Mairena del Alcor le otorgó el Premio de Soleares. Juan no lo recibió de manos de Antonio Mairena porque le daba miedo enfrentarse a que no se lo dieran. Con obra discográfica corta, son excelentes sus álbumes “Luna Mora” (1990) y “Colores morenos” (1994). Sus comparecencias en festivales flamencos siempre han sido sonadas.

JUAN MONEO “ELTORTA”
“Momentos”
(Juglar Recordings)

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viernes, 9 de noviembre de 2007

"Gominolas", menudo empalago


Si esta serie funciona, ¿escucharemos fuera de sus fronteras y en cualquier momento la petarda canción de “Gominolas”? Qué desazón. Este daño colateral puede resultar insufrible. La promoción ha sido más admirable que la visión del primer episodio. Más de tres millones de espectadores se comieron el caramelo. Un asunto empalagoso. Veremos qué juego da la añoranza del discutible pasado de haber pertenecido a un grupo infantil de éxito en tiempos de la movida, aquellos voraces años del todo vale en medio de un trasiego de canciones de excursión.

A los personajes de “Gominolas”, después de aquel pueril espejismo, les ha ido francamente mal. La voz en off de una gominola muerta de un pasón es la conciencia crítica de estos treinteañeros. Con la natural compasión, esta voz, a la manera de aquel exquisito cadáver de “El crepúsculo de los dioses”, se interroga sobre el drama de los juguetes rotos: “¿Dónde van a parar cuando apagas la tele?”. Y surge la pregunta contraria: ¿A dónde iremos a parar los espectadores con esta espesa mezcla de tragedia y comedia? Los famosos de antaño también tienen su corazoncito, deberían conmovernos. No sucede. Si los chistes fueran buenos, no habría problema. Si las frases fueran ocurrentes y no parlamentos redichos, la funesta manía de pensar se activaría.

En aquella onda tan celebrada de “El otro lado de la cama”, los personajes cantan, cantan muy malamente. ¿Tiene gracia que Bruno, duro trance para Arturo Valls, se gane la vida como pilonero polisexual? El humor juega la baza de lo presuntamente atrevido, casi explícito. ¿Tiene gracia?
De momento, poca.

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lunes, 5 de noviembre de 2007

los buenos tiempos. Frank Sinatra. Rat Pack



Hace cincuenta años, Sinatra y sus muchachos ofrecían los mejores espectáculos del mundo, sus actuaciones ocupaban la mejor hora en la parrilla televisiva. Cincuenta años despúes, gracias a la emisión de “Sinatra y compañía”, en La noche temática, La Voz y su cuadrilla de chicos malos habrán tenido suerte si consiguieron distraer a unos cuantos noctámbulos, armados de una copa en la mano o un vaso de leche caliente. Ahora lo que se lleva en el “prime time” son "fenómenos" que distan mucho de encajar con el bonito título de mejor espectáculo de lo que sea.

El documental “Rat Pack: los cinco chicos malos” arrojó muchas luces acerca del indiscutible imperio de Sinatra y su pandilla entre 1957 y 1962. Fruto de esa época de gloria fue la película “La cuadrilla de los once. (Ocean´s Eleven)”, valorada sabiamente en el documental como bastante chapucera. Al parecer, Frankie – que mandaba muchísimo porque era la estrella, el productor y el propietario del estudio- se pasó al director por el forro del smoquin. Las escenas no se repetían, y ya está.

Ese show que improvisaban cada noche en el hotel Sands de Las Vegas era lo más de lo más en directo. Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop hacían un alarde de saber cantar, bailar, estar, hacer y beber. Los días de vino y rosas se acabaron cuando el malvado polizonte Edgar J. Hoover le buscó las vueltas al presidente Kennedy y al mafioso Sam Giancana. La Voz estaba en medio. Y para seguir dando el cante en todo el mundo tuvo que destrozar con una maza y sus propias manos la casa que había construido en su querida Las Vegas para John F. Kennedy . Aquello acabó con la soñada ambición de Frankie: ser nombrado embajador en Italia. Aquellos buenos tiempos nunca volvieron.
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90 minutos. van morrison




Van Morrison suele estar inmenso. Y eso ocurre sin necesidad de que se haga sangre en cada concierto. Lo fascinante del irlandés es la sobrada facilidad con que su toque mágico enciende cada rincón de la música. La publicación sucesiva de dos discos recopilatorios –“At The Movies” y “Still On Top”- marca el momento actual.

La actuación en el Palacio de los Deportes de la Comunidad ha sido la vez que Van ha conseguido congregar más público en Madrid. Siempre se espera la sorpresa en cada cita con artistas de tal magnitud, pero la sorpresa en este caso está en la ausencia de aspavientos para comunicar, en la renuncia premeditada de todo alarde y exceso.

Van interpreta las canciones que le apetece, sean o no esos éxitos que el público tanto reclama. La grandeza está en cantar de maravilla como si no pasara nada. La versión del blues “St. James Infirmary” fue modélica, con Morrison haciendo flotar su saxo alto en la plenitud de una visión totalmente sibarita del jazz de Nueva Orleáns. Todos los arreglos rezumaban la creatividad de un espíritu poseído por el buen rollo. La voz sonó siempre todopoderosa, tanto en el rebuscarse hacia dentro de “Moondance” como en el country agraciado de “Bright Side Of The Road”.

Parece que el embozado tipo de las gafas oscuras y el traje negro se siente feliz. Hay que celebrarlo. Karen Hamill y Katie Kisson ponen unos coros de gloria. La “steel guitar” y el banjo de Sarah Jory ofrecen una especial medicina curativa. Todo es milagroso en el bendito carromato de nuestro “medicine man”. Ya afirmó Marianne Faithfull que la única diferencia entre Dios y Van Morrison es que Van sí se pone al teléfono, te responde cada vez que le llamas. El tiempo que dure la conversación es otra cosa. La otra noche, 90 minutos justos.